LA PARADOJA DE LA LIBERTAD EN LAS AFINIDADES ELECTIVAS DE VON GOETHE

La libertad es uno de los anhelos principales en el Romanticismo. Tal y como explica Ilia Galán[1], Schelling, Hegel y Hölderlin proclaman “como ideal la libertad proyectándose desde la subjetividad” en El Primer Programa de un Sistema del Idealismo Alemán (1769-1797). Su propuesta era la de una libertad absoluta, ya que “Dios es el verdadero ser libre, por tanto, el hombre, si es o quiere ser como Dios, ha de ser libre” [2]. Sin embargo, esta solo sería posible en el interior del individuo, no en el exterior. 

Esta aspiración a la libertad no solo tuvo lugar en el arte, sino también en la política, en la que tomaron especial protagonismo las revoluciones. También en el ámbito social, en el que las costumbres y la moral de la época empezaron a sentirse como un corsé que oprimía esas ansias de libertad y de decidir el propio destino. 

En Las afinidades electivas, Von Goethe refleja varios conflictos en relación con ese afán de libertad. Mediante una teoría sobre los elementos químicos, el autor ya prepara al lector desvelando lo que va a suceder a lo largo de la novela:

Imagínese una A íntimamente unida a una B, de la que no es posible separarla por medio alguno, ni aun por la fuerza; imagínese igualmente una C que se comportase de idéntica manera con una D; ponga usted ahora a las dos parejas en contacto: A se lanzará sobre D y C sobre B, sin que pueda decirse quién abandonó primero al otro, ni quién fue el primero en unirse nuevamente al otro.[3]

De este modo, la ley que rige sobre los elementos químicos será la que experimenten los protagonistas de esta novela. Charlotte (A) y Eduard (B) por fin habían conseguido casarse tras liberarse de sus anteriores matrimonios. Estaban comenzando su vida juntos cuando Eduard le propone a su mujer invitar al Capitán (D) a vivir con ellos. Su amigo estaba atravesando una época difícil pues, en palabras de Eduard, se encontraba “inactivo”, “desocupado”, un desaliento que se agravaba por su soledad. Finalmente, Charlotte accede, y animada por su marido decide introducir el último elemento de la ecuación, a su sobrina Ottilie (C). 

La preocupación inicial de Charlotte era juntar bajo el mismo techo al Capitán y a Ottilie, por si sentían atracción el uno por el otro, algo que, en un comienzo, Eduard no consideraba en absoluto un riesgo: “tampoco comprendo cómo puedes endiosar tanto a Ottilie – le dice a su esposa –. […] Es bella; y, sobre todo, tiene unos ojos hermosos; sin embargo, que yo sepa, no me impresionó lo más mínimo”[4].

Con la llegada de los huéspedes se activa el principio de las afinidades electivas generando un entramado de amores imposibles y de final inevitablemente trágico. Por una parte, Charlotte y el Capitán sentirán aparecer esa atracción mutua, pero ambos la contienen, especialmente Charlotte que, cuando el Capitán no puede reprimir el impulso de besarla, marca claramente una línea divisoria y, pese a casi devolverle el beso, le invita a abandonar su casa y añade que “solamente podré perdonarle y perdonarme si tenemos el valor de cambiar nuestra situación, pues de nosotros no depende cambiar nuestros sentimientos”[5]. Una actitud diametralmente opuesta es la que adopta Eduard, que empieza a sentir una fuerte atracción por la joven Ottilie y que pretende desarrollar hasta el final sin medir las consecuencias. Ya lo anuncia el narrador, que no oculta cierto desagrado hacia este protagonista, cuando al comienzo lo describe como un “hijo único y mimado” que “no estaba acostumbrado desde pequeño a renunciar a nada”.[6]

El primer anhelo de libertad llegará al respecto de estas uniones imposibles, “se exigirá el matrimonio eligiendo libremente la pareja”[7], de forma que el destino del individuo pueda escogerlo este. La moral y las normas de la época ejercen en este caso de dique de contención de las pasiones. Charlotte y el Capitán deciden emprender el camino de la resignación, imperando en ellos la mesura y la razón, mientras que Eduard se ve desbordado por sus sentimientos hacia Ottilie, correspondidos también por la joven, e intenta romper ese dique normativo y moral desembocando en la tragedia para ambos. Ilia Galán describe[8] tres fases posibles en los que los románticos se adentran cuando se enfrentan a los límites del mundo: “el afán por superarlos, derruirlos o derrumbarse, frustrados, ante ellos”.

Eduard atraviesa los dos últimos. Las normas y su matrimonio se habían convertido en su cárcel, no estaba dispuesto a tomar el camino de Charlotte, a resignarse, ansiaba el todo, porque así concebía también su amor por Ottilie, como la plenitud de su ser. Se aprecia aquí que el sentimiento desborda los límites de lo material hasta conducir al individuo a sentirse incompleto, de forma que solo puede alcanzar el todo a través del otro, en este caso, de la persona amada. Cobran aquí especial relevancia las palabras del Capitán al explicar las afinidades electivas:

Hay que ver con atención participativa cómo se buscan mutuamente, cómo se atraen, se aferran, se destruyen y devoran, se consumen, y cómo aparecen después, tras la estrecha unión, en forma nueva, renovada e inesperada: entonces es cuando uno confía en que son portadores de una vida eterna, incluso hasta de sentidos y razón, porque nos percatamos de que nuestros sentidos nos parece no bastan para observarlos de forma debida, y nuestra razón apenas alcanza a comprenderlos.[9]

Vida eterna es una de las llaves que ese amor abre a la pareja las puertas del abismo. La naturaleza humana no permite que haya una vida eterna, y, por ende, un sentimiento que abarque la eternidad. De nuevo, los protagonistas que aspiran a lo infinito ven truncados sus anhelos por los límites mundanos, por lo que estarían condenados a una frustración constante. Si hubieran logrado materializar sus esperanzas, ¿no hubieran sido los confines de lo real otro obstáculo para la infinitud de su amor? Por otra parte, ¿cómo puede lograr el individuo su libertad plena a través del otro? ¿No sería esto fabricar una cadena de dependencia para sí y para con el otro?

Los rasgos románticos, que para Kant tendrían algo de extravagantes, se observan especialmente en Eduard, pero que como explica Galán[10], “los románticos lo tomarán en muchos casos como positivo, el exceso como ideal, la ruptura con el canon racional del equilibrio y la esclavitud de la medida matemática”. Se trata, además, del personaje que encarna la frustración de los límites ante la ambición de alcanzar la totalidad. Galán apunta[11] que los románticos se focalizan en el enamoramiento por las pasiones desbordantes que implica, porque sitúa el sentimiento, el amor, sobre la razón. En Las afinidades electivas es este el hilo conductor, un sentimiento sobrecogedor que intenta alcanzar la totalidad, sublime, pero que fracasa en esa ambición. Se produce por tanto una “estetización de la derrota”[12], el héroe no consigue aquello que tanto desea y esto lo conduce hacia su propia destrucción al chocar con los límites de lo real, convirtiéndose de este modo en un “mártir de la sociedad”.[13]

Frente a esa idea de hombre libre que pretende escoger su propio destino y se encuentra con los límites morales y normativos de la sociedad, contrasta el principio de los elementos químicos antes descritos. El fragmento en el que El Capitán explica a Charlotte el funcionamiento de las afinidades electivas bien podría considerarse el resumen de la novela. Ergo, los personajes no actuarían por libre albedrío, sino que estarían dominados por las leyes naturales, por lo que habría en la novela una visión determinista, no son los sujetos los que deciden, por el contrario, los rigen unas leyes superiores que ya han determinado su destino. 

De hecho, Goethe lleva este mecanismo hasta sus últimas consecuencias, pues Otto, el hijo de Eduard y Charlotte, no se parece a sus progenitores sino a Ottilie y al Capitán. Como a modo de explicación ya vaticinó el Capitán en la cita antes mencionada, ese cruce de elementos ha dado vida a uno nuevo, “fruto de un doble adulterio”[14] en palabras de Eduard. 

Hay por tanto un orden natural que es inevitable y que no solo advierten los personajes, sino que el lector, a través de numerosos símbolos que aparecen a lo largo de la narración, puede deducir cuál será el transcurrir del relato. Por ejemplo, el niño que está a punto de ahogarse en la fiesta y al que rescata el Capitán es un presagio que anuncia la muerte del hijo de Eduard y Charlotte en el lago. La muerte de Otto, a su vez, acaba con la esperanza a la que se refiere el narrador en el encuentro entre ambos amantes: “La esperanza pasó sobre sus cabezas cual estrella que cae del cielo. Se imaginaban, creían pertenecerse el uno al otro”[15]. La copa de la que bebió el albañil tras dar el discurso y que arrojó al aire, llevaba grabadas las iniciales “E-O”. El narrador explica que romper la copa se hacía como señal de júbilo, pero esta no se rompió “y no fue, por cierto, milagro alguno”[16]. Esta copa será una señal para Eduard, que al final de la novela, ya fallecida Ottilie, se da cuenta de que no era la original, pues se había roto hacía tiempo y había sido sustituida por otra. De igual modo que la estrella, como símbolo de esperanza, no fue percibida por los amantes, la rotura de la copa, que se conoce a posteriori, puede ser interpretada como ruptura de la unión, pues en ese momento les separaba la muerte, o de la esperanza para ambos. 

Frente a ese orden natural se encontraría el orden racional que sería el más humano ya que impediría a los personajes actuar por instinto. De esta forma, pese a que exista esa fuerza natural de atracción, el orden racional podría dominarlo. Se asemeja, en cierto modo, a la alegoría del carro alado de Platón, siendo el individuo el auriga que debe dominar al alma irascible y a la concupiscible tratando de mantener el equilibrio mediante la racionalidad. Así lo consigue Charlotte al asumir que, pese a que no puede cambiar sus sentimientos, sí puede cambiar su situación. Sin embargo, Eduard se dejará arrastrar por las pasiones. En Charlotte y, por extensión, el Capitán, habría por tanto un triunfo de la razón. Sin embargo, en el Romanticismo cobra mucha más relevancia el sentimiento, pues como señala Galán[17], “los románticos ven también que una cabeza sin corazón termina decapitándose a sí misma, con el frío bisturí de los análisis sin respuesta. La voluntad y los sentimientos median entre razón y sensibilidad”. 

No obstante, pese que podría interpretarse que, en Charlotte, personaje que encarna la mesura y moderación, la razón gana esa pugna, no hay una victoria de ese personaje, sino que todos están avocados a un final trágico. Por su parte, Eduard está casi absolutamente sometido al orden natural y, lejos de intentar sobreponerse a esa atracción, se deja arrastrar por ella. Ambos personajes desembocan en la resignación, la diferencia es que Charlotte lo escoge mientras que a Eduard se lo impone la vida al morir Ottilie. Esta última ya se planteaba resignarse si Charlotte no accedía al divorcio amistoso, pero la muerte de Otto en el lago le impone otro castigo más, la culpa. Tal es el peso que, aunque no se suicida, se deja morir. Finalmente, Eduard se sume en una profunda tristeza tras la muerte de la joven que le impide comer o beber hasta que muere él también. 

La novela no plantea un camino errado y otro correcto, sino que tanto si se dejan llevar por la pasión como si la contienen, los personajes tienen un final desdichado, un rasgo propio del movimiento romántico y más en concreto del Sturm und Drang, que da un absoluto protagonismo a lo irracional y las pasiones en contraposición a la Ilustración alemana. En el caso de Charlotte sí se puede hablar de una libertad del individuo en la medida en la que esta decide someterse a la razón luchando contra esa fuerza natural que le hace sentir un amor correspondido pero que no puede culminarse por las convenciones de la época. En Eduard, sin embargo, no hay atisbo de decisión propia, siguiendo el mito de Platón, el alma concupiscible habría tomado las riendas sin que el auriga hiciera amago de contenerla. Hay que añadir que, además, esas pasiones en la novela estarían sometidas al orden natural, por lo que no se puede decir que Eduard escogiera el camino de la pasión pues la naturaleza ya lo había escogido por él. 

Conclusiones

Los románticos dieron especial importancia a los sentimientos frente a la razón ilustrada, no creen que la razón sea el guía absoluto y perfecto, sino que la intuición y la sensibilidad son también una parte imprescindible para entender el mundo. Por otra parte, el intento de superar o derribar los límites los hace irremediablemente conscientes de su existencia, de ahí que, como se señalaba al comienzo de este escrito, fuera más factible lograr la libertad absoluta en el interior que en el exterior. 

Con esta última idea en mente, podría entonces considerarse que, pese al trágico final, Eduard fue más libre que Charlotte en la medida en que cultivó el amor, como sentimiento sublime. No obstante, tal como señala Galán[18], “las facultades humanas pueden corromperse, incluso lo sublime, ya que lo excesivo se hace extravagante”, y en el caso de Eduard esa inmensidad ilimitada acaba por consumir su existencia. Por otra parte, la necesidad de proyectar la libertad de uno en el otro, de forma que el individuo por sí mismo nunca será libre, ya que estaría incompleto y lo que anhela es precisamente la totalidad, conduce a una condena perpetua. 

Sin embargo, Charlotte acaba también condenada y no alcanza la libertad a través de la razón. Es, al igual de Eduard, presa de los sentimientos, así lo reconoce ella misma, pues, aunque decida modificar la situación, esta no cambia lo que ella siente hacia el Capitán. Aunque se resigna, se repite la idea de alcanzar la libertad a través del otro, lo que no deja de ser paradójico en un movimiento que reivindicaba la libertad del individuo. 

Todos ellos no son solo presos de su interior, sino también de su exterior y desde dos ámbitos distintos: el moral y normativo, y las leyes naturales que parecen controlarlos y determinar su destino. 

En ambos planos hay una ambición de superar límites. En el plano interior, el de la pasión, ante la magnitud del sentimiento y la necesidad de realizar la libertad individual en el otro, hay un deseo de salvar los límites del propio cuerpo, así como de la existencia humana. El amor tiende a lo infinito, por tanto, una existencia limitada como la humana no es capaz de albergar tal sentimiento que acaba por consumir la vida del individuo. El amor estaría preso dentro del cuerpo, hay un contenido perenne, que tiende a lo infinito, en una forma que es caduca. 

Y es esta limitación interna, enmarcada dentro de las normas sociales, lo que conduce al elemento trágico: son pasiones inevitables pero irrealizables desde distintos aspectos. Por tanto, la libertad no se alcanza en ninguno de los supuestos y esto condena a los protagonistas o bien a la resignación y a la melancolía, o bien al suicidio que, en este caso, es más lento y doloroso, dado que tanto en Ottilie como en Eduard la realidad se vuelve tan tormentosa que acaba por agotar sus vidas poco a poco hasta su extinción. De hecho, para esta última pareja, al final de la obra se entiende que lo que les ha conducido a su final trágico es su anhelo de lograrlo todo, especialmente por parte de Eduard, un todo que pretendía romper los límites y se chocó con ellos. Por este motivo, el narrador lanza una cierta esperanza al lector en el cierre de la novela: “y qué dulce será el momento, si en su día vuelven a despertarse juntos”[19], puesto que la única forma de superar esos límites era trascender a la vida.

Bibliografía

Ilia Galán. El Romanticismo y sus mutaciones actuales. Madrid, Dykinson, 2013.

Ilia Galán. Lo sublime como fundamento del arte frente a lo bello: un análisis desde Longino, Addison, Burke y Kant. Madrid, Universidad Carlos III de Madrid: Boletín Oficial del Estado, 2002.

Johann Wolfgang Von Goethe. Las afinidades electivas. Madrid, Cátedra, 2008.

Notas


[1] Ilia Galán. El Romanticismo y sus mutaciones actuales. Madrid, Dykinson, 2013, p. 27.

[2] Ibídem, p.27

[3] Johann Wolfgang Von Goethe. Las afinidades electivas. Madrid, Cátedra, 2008, p. 114.

[4] Ibídem, p.90

[5] Ibídem, p.168

[6] Ibídem, p.86

[7] Ilia Galán. El Romanticismo y sus mutaciones actuales. Madrid, Dykinson, 2013, p.28

[8] Ibídem, p.24

[9] Johann Wolfgang Von Goethe. Las afinidades electivas. Madrid, Cátedra, 2008, p. 113.

[10] Ilia Galán. Lo sublime como fundamento del arte frente a lo bello: un análisis desde Longino, Addison, Burke y Kant. Madrid, Universidad Carlos III de Madrid: Boletín Oficial del Estado, 2002, p.204.

[11] Ibídem, p. 203.

[12] Ilia Galán. El Romanticismo y sus mutaciones actuales. Madrid, Dykinson, 2013, p. 61.

[13] Ibídem, p.57.

[14] Johann Wolfgang Von Goethe. Las afinidades electivas. Madrid, Cátedra, 2008, p. 310

[15] Ibídem, p. 311.

[16] Ibídem, p.144.

[17] Ilia Galán. El Romanticismo y sus mutaciones actuales. Madrid, Dykinson, 2013, p. 38.

[18] Ilia Galán. Lo sublime como fundamento del arte frente a lo bello: un análisis desde Longino, Addison, Burke y Kant. Madrid, Universidad Carlos III de Madrid: Boletín Oficial del Estado, 2002, p. 203.

[19] Johann Wolfgang Von Goethe. Las afinidades electivas. Madrid, Cátedra, 2008, p. 350

Anuncio publicitario

Deja un comentario

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s