Estabas ahí, quieta,
pensando en huir.
Y me preguntaste
qué era para mí
vivir.
Dudaste, dudé,
callamos.
Se estrecharon nuestros iris,
los taparon,
un segundo,
nuestros párpados.
Y respondí.
Vivir es
sentir cada gota en la piel.
Vivir es
perder el miedo a ser,
escuchar esa voz interna
que siembra un camino de dudas
en el que más tarde
florecen certezas.
Vivir es
robarle un beso
a la vida,
curvar las comisuras,
morder tu sonrisa.
Que el dolor
se desprenda en primavera,
durante el deshielo,
por las grietas que la risa
tatuó en tus labios.
Vivir es
arañar los daños,
perder el miedo
al paso de los años.
Vivir es
aceptar el reto del tiempo.
Mantener el equilibrio
cuando tiemble el suelo.
No temer
cuando retumbe el pecho.
Vivir es
pisar con fuerza,
sin miedo
a dejar huella
en la aorta de quien te quiera,
en las mentes ausentes,
y en las que son de piedra.
Vivir es,
te respondí,
hundiendo mis palabras
en tu iris
color canela,
olvidarse del reloj de arena
por el que se deslizan
los segundos que nos quedan.
No converir los granos
del tiempo en barro
al empaparlos en lágrimas,
mientras siguen rodando
hasta descansar
sobre el resto de momentos
ya pasados.
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